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¿No pregunta por la madre, la nena...? Y, no... a lo mejor más adelante... Un rugoso silencio de pasos enredado entre las hojas de acacia. El yo poético adentro, escuchando ese crujir de hojas o de huesos que se aleja. El motor de un auto avanza a regañadientes. La madre muerta, tal vez, nunca se sabe. Y la nena no pregunta. Una cuadra de distancia.
Ignorante, el yo poético acá adentro, con la oreja y la nariz pegada al vidrio, oteando en la penumbra de un silencio que ya no camina. Muerta la pregunta, la historia se detiene.
El relato se construye entre los restos astillados del espejo.
La palabra es otra cosa. Las ventanas no respiran.
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