La escritura de Borges se encuentra permeada por una serie de ideas que, repetidas ad infinitum, hallan expresión a través de diferentes formulaciones textuales. Es frecuente, por otra parte, que la ejemplificación de estas ideas recurrentes se nutra a su vez de otras repeticiones, como sucede con uno de los temas abordados por Borges en “El idioma analítico de John Wilkins”[1]: el artificio de una lengua en la que las palabras no son “torpes símbolos arbitrarios” (p.85), en la que cada una de sus letras “es significativa” (p.85).
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En este ensayo, que data de 1942, Borges elige introducirnos al tema a través del siguiente ejemplo:
Todos, alguna vez, hemos padecido esos debates inapelables en que una dama, con acopio de interjecciones y de anacolutos, jura que la palabra luna es más (o menos) expresiva que la palabra moon. Fuera de la evidente observación de que el monosílabo moon es tal vez más apto para representar un objeto muy simple que la palabra bisilábica luna, nada es posible contribuir a tales debates; descontadas las palabras compuestas y las derivaciones, todos los idiomas del mundo (...) son igualmente inexpresivos. (p.84)
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Inmediatamente después Borges agrega: “El hecho de que nadie crea en la realidad de los sustantivos hace, paradójicamente, que sea innumerable su número” (p.436). Del planteo enunciado en “Tlön Uqbar Orbis Tertius” a la postulación de “El idioma analítico de John Wilkins” no hay en esencia más que una sutil esquematización y un suave deslizamiento que de alguna manera se concretiza en un texto poético que data de 1959, “La luna” [3]:
Reales, imaginarias y dudosas,
Un hombre concibió el desmesurado
Proyecto de cifrar el universo
Gracias iba a rendir a la fortuna
Según se sabe, esta mudable vida
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De la Diana triforme Apolodoro
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En una conferencia sobre la poesía[4], dictada en 1977, Borges desarrolla nuevamente esta idea de que existe una suerte de función estética inherente a la lengua:
Erróneamente, se supone que el lenguaje corresponde a la realidad, a esa cosa tan misteriosa que llamamos realidad. La verdad es que el lenguaje es otra cosa.
Pensemos en una cosa amarilla, resplandeciente, cambiante; esa cosa es a veces en el cielo, circular; otras veces tiene la forma de un arco, otras veces crece y decrece. Alguien –pero no sabremos nunca el nombre de ese alguien–, nuestro antepasado, nuestro común antepasado, le dio a esa cosa el nombre de luna, distinto en distintos idiomas y diversamente feliz. Yo diría que la voz griega Selene es demasiado compleja para la luna, que la voz inglesa moon tiene algo pausado, algo que obliga a la voz de la lentitud que conviene a la luna, que se parece a la luna, porque es casi circular, casi empieza con la misma letra con que termina. En cuanto a la palabra luna, esa hermosa palabra que hemos heredado del latín, esa hermosa palabra que es común al italiano, consta de dos sílabas, de dos piezas, lo cual, acaso, es demasiado. Tenemos lua, en portugués, que parece menos feliz; y lune, en francés, que tiene algo de misterioso.
(...)
Decir luna o decir “espejo del tiempo” son dos hechos estéticos (...) Cada palabra es una obra poética. (p.255)
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Como podemos observar, la ironía subyacente en el planteo del idioma analítico de John Wilkins ha sido pasiva de una serie de transposiciones genéricas y textuales hasta dar finalmente lugar a la explicitación de la concepción real que Borges tiene de la lengua. Pero el camino es sinuoso: en El informe de Brodie, un cuento publicado siete años antes que esta conferencia, Borges desarrolla la antítesis del lenguaje postulado por John Wilkins. No obstante, el efecto de sentido que atraviesa ambos textos parece seguir siendo el mismo:
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Esta preocupación por la lengua recorre la escritura borgeana, y como muchas de sus obsesiones aparece surcada por citas de autoridad recurrentes, como el siguiente fragmento de un texto de
Chesterton:
“El hombre sabe que hay en el alma tintes más desconcertantes, más innumerables y más anónimos que los colores de una selva otoñal... cree, sin embargo, que esos tientes, en todas sus fusiones y conversiones son representables con precisión por un mecanismo arbitrario de gruñidos y de chillidos. Cree que del interior de una bolsita salen realmente ruidos que significan todos los misterios de la memoria y todas las agonías del anhelo.” (El idioma analítico de John Wilkins, p.87)
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Esta cita nos permite establecer una conexión entre El idioma analítico de John Wilkins y De las alegorías a las novelas[5], el otro texto en el que Borges recurre al mismo pasaje de Chesterton para explicar que, declarado insuficiente el lenguaje, hay lugar para otros, y que la alegoría puede ser uno de ellos, por considerarla “un signo más preciso que el monosílabo, más rico y feliz” (p.123). Si tal como Borges lo plantea, el pasaje de la alegoría a la novela es el pasaje de especies a individuos, de realismo a nominalismo; de alguna manera el pasaje del lenguaje analítico de John Wilkins a la concepción de la lengua cotidiana como un hecho estético representa un tipo de desplazamiento similar.
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Gabriela Marrón
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