El Nene le quemó las zapatillas, las nuevas, maldito mocoso. Ah, pero cuando lo encuentre, cuando lo encuentre lo va a oír. Con lo que le costó comprarse las Flecha. Meses y meses trabajándose a esa víbora para que le aceptara el pago en cuotas. Y ahora el tarado este, así como así, sin esfuerzo ni mérito, se compra el mismo modelo, el mismo, exactamente igual, en rojo, pero igualito. Polo está indignado, y con razón. Con el Nene es siempre la misma historia, quilombo en puerta ante cada movimiento. Y después, claro, no se le puede pegar, por lo anteojos, porque es chico, porque ya se sabe, escupido el asado andá a arreglarla después. No se le puede pegar, pero habría que matarlo, piensa Polo, esta es la última que le aguanta.
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Ni siquiera precisa esperar mucho para despacharse a gusto. En un rato empieza la novela melosa de las nueve, y el Nene, que nunca se la pierde, llega volando como todos los días. Polo irradia bronca, relojea las zapatillas y le suelta un “no ves que no te calzan, idiota, sacatelás o te emboco”. El Nene, que ni piensa perderse el capítulo del viernes por culpa de Polo, prende la tele y ataca al vuelo para abreviar problemas: “Salí del medio, tarado, que mi buena guita me costaron. Además, ¿qué te hacés el lindo ahora?, si siempre usaste sandalias, vos”.
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Insulto va, insulto viene, la cosa sigue y cobra temperatura. Polo le quita el control remoto y cambia de canal. “Largá el control, estúpido, que ya empieza la novela”, grita el Nene. “Sacate las Flecha y te lo devuelvo”, responde Polo. Bueno, piensa el Nene, ¿las querés?, ahí las tenés. Se desata los cordones, se saca una y sin pensarlo demasiado se la revolea por la cabeza. Como el otro se ataja, el zapatillazo atraviesa la ventana abierta y la Flecha se enreda entre las ramas del laurel del patio: “Mirá lo que hacés, imbécil”, le grita Polo, mientras se asoma para dimensionar el desastre y ver si la zapatilla destrozó algo. Ni lento ni perezoso, el Nene aprovecha para lanzar la otra Flecha y, ahora sí con más suerte, acertar en medio de la melena rubia de Polo, que trastabilla y cae al patio por la ventana. Todavía medio atontado por el golpe, Polo abre los ojos, mira el laurel, busca la Flecha, y... no puede entenderlo: raíces transformadas en pies, ramas que se vuelven brazos, y una copa con rostro de mujer que se le acerca. Huye despavorido, pero Laura ni se gasta en seguirlo. Si está visto que es de gusto: con los estudios de género, la irrupción del mercado y el derrumbe del canon no hay reescritura que aguante.
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