datos de las manos que teclean

Tadeo Isidoro Cruz ........................................... Una (re)construcción biográfica



Un gaucho pega un grito, se pone de parte de un matrero y pelea contra sus propios gendarmes: las distintas lecturas de este gesto han dejado marcas en el corpus crítico y literario.

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Recibimos la primera alusión a Cruz a través de las palabras de Fierro, que nos describen su accionar en el combate y le dan voz mediante dos citas directas que anticipan el carácter de la posterior autobiografía. La voz de Cruz es la de Fierro, y la ilusión dialógica planteada por Hernández sólo se concreta de manera lateral al final del texto, cuando el foco se desplaza hacia una voz narrativa diferente: la que ha asumido las palabras de Fierro en primera persona, la que a su vez ha absorbido la autobiografía de Cruz a través del discurso de Fierro. La voz de este narrador forma parte de lo que Ludmer señala como el marco típico de los diálogos del género, el de la alianza oral-escrita[1], pero en este caso el sistema de marcos da lugar a un nuevo pliegue, porque no nos encontramos frente a un diálogo sino frente a un monólogo que se apropia, entre otras voces, de la de Cruz.

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No obstante, las marcas textuales conducen al lector a recibir la autobiografía oral del personaje como un espacio en el que “la historia que se narra es también oral, popular; se identifica el canto y lo que se canta, y se borra la división entre registro, tono y relato.”[2]
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Es la misma dimensión ficcional del texto la que exige el tono autobiográfico de Cruz, porque es ese tono el que le permite al texto cumplir su rol de denuncia social. La autobiografía ocupa el lugar de la ficción porque el narrador la asume a través de la asimilación de una voz ajena. Hernández nos coloca frente a un gaucho que opta por el relato autobiográfico para contarse a sí mismo, y es esa voz del otro que se autorefiere la que encuentra y crea su propio marco de posibilidad en la ficción.

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La ambigüedad del relato de Cruz fue señalada ya por Martínez Estrada: “En parte su biografía parece ser un fragmento de la biografía de otro, acaso del mismo Martín Fierro; en parte es tan suya, que la idea de que los personajes de la obra representan tipos comunes, en categoría de símbolos, tiende a desvanecerse.”[3] Desde una perspectiva posiblemente no demasiado distante a la de esta afirmación, Borges lee los gestos y las palabras de Cruz, se apropia de su historia, y se vale del estilo indirecto para volver a narrarla. No obstante, su reconstrucción implica “contradecir otras interpretaciones del poema y volver a Hernández para concluir lo que allí había quedado abierto”[4]. El esquema de la “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)”, publicada en 1949, encuentra su espacio en la dicotomía señalada por Ludmer:
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“El enfrentamiento del gaucho con la partida forma parte de un relato mayor, el de la biografía oral. (...) Pero lo que hizo de la biografía oral un relato ejemplar en la literatura (en la cultura) argentina es que su sentido cambia según se la escriba como biografía o se la escriba (y cante) como autobiografía.”[5]
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Las operaciones de selección y adición que podemos observar en el texto borgeano subvierten varios aspectos del relato que Cruz había hecho de su propia historia en La ida. El título revela las primeras marcas: delimitación genérica, asignación de un nombre, precisión de dos fechas. Sorteado el epígrafe de Yeats –que con lucidez Ludmer asimila al esquema narrativo de las biografías de Sarmiento[6]– el texto olvida cuidadosamente algunos hechos, incorpora acontecimientos nuevos, y reconfigura parte de los existentes.
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Al asignarle a Cruz acciones no consignadas ni en La ida ni en La vuelta, Borges logra un curioso efecto que repetirá posteriormente en sus otros textos críticos y literarios sobre el tema: simplificar y generalizar. Tomemos una afirmación presente en la “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, y observemos cómo se encadena y entrelaza con una serie de conceptos recurrentes en los textos borgeanos: “como soldado raso, participó en las guerras civiles; a veces combatió por su provincia natal, a veces en contra.”[7]
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En “Los Gauchos”, un texto poético de 1969, dirá:
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No murieron por esa cosa abstracta, la patria, sino por un patrón casual, una ira o por la invitación a un peligro.[8]
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En “El gaucho”, un poema de 1972:
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Fue el matrero, el sargento y la partida.

Fue el que cruzó la heroica cordillera.

Fue soldado de Urquiza o de Rivera,

lo mismo da. Fue el que mató a Laprida. (...)

En los azares de la montonera

murió por el color de una divisa.[9]
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En un prólogo de 1968:

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...la estirpe gaucha no produjo caudillos. Artigas, Oribe, Güemes, Ramírez, López, Bustos, Quiroga, Aldao, el ya nombrado Rosas y Urquiza eran hacendados, no peones. En las guerras anárquicas el gaucho siguió a su patrón.[10]
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Nuevamente, en “Los Gauchos” (1969):

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No dieron a la historia un solo caudillo. Fueron hombres de López, de Ramírez, de Artigas, de Quiroga, de Bustos, de Pedro Campbell, de Rosas, de Urquiza, de aquel Ricardo López Jordán que hizo matar a Urquiza, de Peñaloza y de Saravia.[11]

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Bastan estos ejemplos para constatar que la reconstrucción de la biografía de Cruz no se aparta de la concepción genérica del gaucho enunciada en numerosas oportunidades por Borges: quizás el gesto textual más evidente consista en la mención de la noche de aquel seis de febrero de 1829.
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El narrador nos advierte que su propósito no es repetir la historia de Cruz: “De los días y noches que la componen, sólo me interesa una noche; del resto no referiré sino lo indispensable para que esa noche se entienda.”[12] Esta voluntad por explicar es lo que subyace en la estructuración del texto, y las fechas y precisiones esparcidas en la narración funcionan como demarcadores de un circuito semántico preestablecido.
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El esquema interpretativo desarrollado por Borges incluye como indispensable la mención de una derrota que, exactamente diez meses más tarde, se revertiría con el otorgamiento de las facultades extraordinarias a Rosas. El Cruz de Borges es engendrado el seis de febrero de 1829, su padre es presentado como uno de “los montoneros que, hostigados ya por Lavalle, marchaban desde el Sur para incorporarse a las divisiones de López”[13], y se nos dice que murió en una zanja, “partido el cráneo por un sable de las guerras del Perú y del Brasil.”[14] Borges le ha asignado a Cruz un lugar en su historia familiar: la posterior mención de la ejecución de Manuel Mesa confirma que Cruz fue engendrado la noche previa al combate del siete de febrero de 1829, en el que los hombres del Coronel Isidoro Suárez[15] tomaron prisionero al edecán del ya fusilado Dorrego, que luego sería ejecutado “en la plaza de la Victoria, mientras los tambores sonaban para que no se oyera su ira.”[16]
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A continuación se consigna un asesinato que tampoco estaba presente en la autobiografía enunciada por el personaje en La ida. A los veinte años, Cruz es uno de los troperos del establecimiento de Francisco Xavier Acevedo, tiende a un hombre de una puñalada por no tolerar sus burlas, es capturado en una situación que espeja su posterior encuentro con Fierro, y se lo deriva a un fortín de la Frontera Norte. ¿Qué es lo que Borges ha elegido narrar? Aparentemente todo aquello no consignado en la autobiografía del personaje en La ida. La “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)” no solo excluye la voz del gaucho al reducirlo a un cuerpo o destino de animal mientras pelea[17], sino que despoja también a ese cuerpo de su pasado, es decir de los hechos narrados por Cruz en La ida.
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La narración biográfica se ha presentado como el recurso más propicio a la generalización y simplificación propuesta por Borges: los hechos de la vida de Cruz que no se ajustaban a la esquematización han sido desplazados por otros.
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Nada de lo que el personaje ha contado de sí mismo parece imprescindible en la reconstrucción realizada por Borges, los hechos narrados por Cruz parecen haber sido minuciosamente excluidos, excepto cuando han sido referidos también en otros pasajes de La ida o La vuelta, y aún en esos casos sólo se les asigna un rol subsidiario: “Hacia 1868 lo sabemos de nuevo en el Pergamino: casado o amancebado, padre de un hijo, dueño de una fracción de campo.”[18] Ludmer entiende que Borges está indicando que el paso por el ejército ha civilizado a Cruz, y lee este pasaje como parte del esquema de representación sarmientino.[19] En este contexto, el hecho de que Cruz reciba su nombramiento de Sargento durante la presidencia de Sarmiento no deja de ser un dato interesante: “En aquel tiempo debió de considerarse feliz aunque profundamente no lo era”[20], dirá Borges; “Aquí, en el momento de la entrada de Cruz en la ley entra Borges para refutar a Sarmiento y pasarse del lado de Hernández”[21], dirá Ludmer.
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En La ida, la voz de Cruz era la de Fierro, y la escisión entre ambos personajes se producía formalmente al final de la obra, cuando irrumpía la voz narrativa de la alianza oral-escrita. En el texto borgeano, es la historia del cuerpo de Cruz la que espeja la historia del cuerpo de Fierro: Tadeo Isidoro Cruz, como individuo, se transforma paradójicamente en el gaucho genérico, en el gaucho arquetípico, en el gaucho que Borges ha elegido narrar.
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Gabriela Marrón
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[1] Cfr. Ludmer, Josefina, El género gauchesco. Un tratado sobre la patria, Buenos Aires, Sudamericana, 1988, p. 206.
[2] Ibid., p.208.
[3]
Martínez Estrada, Ezequiel, Muerte y transfiguración de Martín Fierro. Ensayo de interpretación de la vida argentina, Buenos Aires, C.E.A.L., 1983, p.89.
[4] Sarlo, Beatriz, Borges, un escritor en las orillas, Buenos Aires, Ariel, 1995, p. 93.
[5] Ludmer, Josefina, op. cit., pp. 229-230.
[6]
Cfr. Ludmer, Josefina, op. cit., p. 233.
[7]
Borges, Jorge Luis, “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)”, op. cit., p. 562.
[8] Borges, Jorge Luis, “Los gauchos”, Elogio de la sombra, O.C., Emecé, Buenos Aires, 1994, Tomo II, p. 379.
[9] Borges, Jorge Luis, “El gaucho”, El oro de los tigres, O.C., Emecé, Buenos Aires, 1994, Tomo I, p. 489.
[10] Borges, Jorge Luis, “El gaucho”, Prólogos con un prólogo de prólogos,
O.C., Emecé, Buenos Aires, 1996, Tomo IV, p. 63.
[11] Borges, Jorge Luis, “Los gauchos”, op. cit., p. 379.
[12] Borges, Jorge Luis, “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)”, El
Aleph
, O.C., Emecé, Buenos Aires, 1994, Tomo I, p. 561.
[13] Ibid., p. 561.
[14] Ibid., p. 561.
[15] Padre de la abuela materna de Borges. Cfr. Borges, Jorge Luis, Autobiografía, El Ateneo, Buenos Aires, 1999, pp. 22-23.
[16] Borges, Jorge Luis, “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)”, op. cit., p. 562-563.
[17] Ludmer, Josefina, op. cit., p. 233.
[18] Borges, Jorge Luis, “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)”, op. cit., p. 562.
[19] Cfr. Ludmer, Josefina, op. cit., p. 233.
[20] Borges, Jorge Luis, “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)”, op. cit., p. 562.
[21] Ludmer, Josefina, op. cit., p. 233.
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1 comentario:

Clari dijo...

grandes artistas de la literatura, voy a comprarme un monton de libros porque saque pasajes a Natal para irme de vacaciones y siempre es buena excusa para leer

dijo W. BENJAMIN sobre las traducciones

"Así como el tono y la significación de las grandes obras literarias se modifican por completo con el paso de los siglos, también evoluciona la lengua materna del traductor. Es más: mientras la palabra del escritor sobrevive en el idioma de éste, la mejor traducción está destinada a diluirse una y otra vez en el desarrollo de su propia lengua y a perecer como consecuencia de esta evolución."

de Walter Benjamin, "La tarea del traductor", en Angelus Novus, trad. de H. A. Murena, Barcelona, Edhasa, 1971, pp. 127-143.


dijo BORGES sobre las traducciones

¿A qué pasar de un idioma a otro? Es sabido que el Martín Fierro empieza con estas rituales palabras: "Aquí me pongo a cantar - al compás de la vigüela." Traduzcamos con prolija literalidad: "En el mismo lugar donde me encuentro, estoy empezando a cantar con guitarra", y con altisonante perífrasis: "Aquí, en la fraternidad de mi guitarra, empiezo a cantar", y armemos luego una documentada polémica para averiguar cuál de las dos versiones es peor. La primera, ¡tan ridícula y cachacienta!, es casi literal.

Jorge Luis Borges, La Prensa, Buenos Aires, 1 de agosto de 1926.