Aunque a decir verdad no fue exactamente una plaga, sino más bien la masiva asistencia de parientes y amigos al casamiento del ratón González con la ratona García, radicados ambos en Hamelin desde hacía algunos años. No hubo roedor que quisiera perderse tamaño acontecimiento. Los festejos se extendieron más de un mes y la paciencia de los ciudadanos se agotó a la par que las reservas de alimentos. Es cierto que el alcalde ofreció una recompensa a cambio de una solución, pero es falso que el flautista se propusiera deshacerse de los ratones. El hecho en sí tuvo más de suerte que de estrategia. Con la panadería intransitable de tramperas y frascos de raticida vacíos, harto de que los nuevos visitantes devoraran incluso las bolsas de harina que guardaba en el depósito, el flautista decidió que ya era suficiente. Quiso gritar de indignación, pero sólo pudo articular las tres notas de costumbre, con tanta mala suerte para nuestra especie, que al soltarlas le pegó con el codo a un frasco que había sobre la mesa y el contenido se desparramó sobre el cuerpo de los ratones presentes. Sí, era exactamente eso lo que había adentro del envase. Como ningún humano debe saber y todo roedor sabe bien, es absolutamente nocivo para nosotros. Apenas nos roza sufrimos una terrible alergia, empezamos a estornudar en medio de una insoportable picazón y nos es imposible evitar el inmediato contagio. El mal se expande en cuestión de segundos, y sólo podemos calmarlo con agua. Esa es la razón por la que todos los ratones de Hamelin terminaron en el río. Pero no es cierto que hayan muerto ahogados. Curados de la picazón y ante los festejos del casamiento interrumpidos, simplemente nadaron hasta la otra orilla y regresaron a sus hogares.
De todas formas, en Hamelin se corrió la voz de que la solución había salido de la panadería. Y con el paso del tiempo la gente se fue olvidando de que el flautista tenía menos oído musical que el gato Herminio después del episodio de la tapia. A los humanos les encantan los mitos, y parece ser que los griegos contaban uno acerca de Orfeo, un músico capaz de hacerse seguir hasta por piedras y árboles gracias a su talento. Lógicamente, no tardaron mucho en mezclar las dos historias. Y como a los humanos también les encanta que los cuentos sean adecuados y permitan a sus hijos aprender cosas buenas, casi inmediatamente agregaron el mal ejemplo del alcalde que se desdijo de su promesa.
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