datos de las manos que teclean

El Verdadero Flautista

La historia ha sido ya contada, recontada y vuelta a contar mil veces más. Nadie ignora que en una ocasión cierta ciudad alemana estuvo plagada de ratones. No es necesario mencionar que el intendente ofreció una recompensa para deshacerse de ellos, ni que cerca de Hamelin pasa un río en el que se desratizó el problema. Al fin y al cabo, se sabe que los mamíferos no tenemos branquias y era de prever que a cualquier ratón se le complicara el asunto de respirar bajo el agua. Afortunadamente, lo que ya nadie recuerda es que el tema de la magia y de la flauta es puro cuento. Bueno, en realidad “casi” nadie, porque a decir verdad los ratones tuvimos siempre muy presente esa otra parte de la historia, pero nos hemos cuidado bien de no divulgarla y de evitar que los humanos caigan en la cuenta de su olvido.
.
Por lo general se ignora que el flautista de Hamelin ya era conocido mucho antes que millares de miembros de nuestra especie aparecieran en la ciudad. En realidad, nunca supo tocar la flauta ni ningún instrumento musical: a duras penas se las arreglaba para silbar tres notas sin desafinar, cosa que sólo sucedía cuando estaba muy nervioso o demasiado enojado. Simplemente se limitaba a hacer lo que mejor sabía: amasar y hornear flautas. Si también hubiera sido experto en fabricar felipes, miñones o biscochitos de grasa, probablemente la historia habría sido distinta. Pero por suerte en Hamelin había un solo panadero, y el joven tenía una habilidad bastante limitada. Como a los roedores nos encantan las miguitas, los ratones de la ciudad solían pasar las horas husmeando por el negocio del flautista. Y como al muchacho no le encantaba mucho la idea de compartir sus flautas con ellos, la panadería estaba llena de atractivos granulitos raticidas, ágiles gatos y tramposas ratoneras con aroma a queso gruyere. El veneno y las tramperas siempre habían dado resultado. Los gatos no tanto, porque dormían mucho y ante el menor descuido, se zampaban alguna que otra medialuna. Pero las cosas se complicaron en serio cuando sobrevino la plaga de ratones.
.
Aunque a decir verdad no fue exactamente una plaga, sino más bien la masiva asistencia de parientes y amigos al casamiento del ratón González con la ratona García, radicados ambos en Hamelin desde hacía algunos años. No hubo roedor que quisiera perderse tamaño acontecimiento. Los festejos se extendieron más de un mes y la paciencia de los ciudadanos se agotó a la par que las reservas de alimentos. Es cierto que el alcalde ofreció una recompensa a cambio de una solución, pero es falso que el flautista se propusiera deshacerse de los ratones. El hecho en sí tuvo más de suerte que de estrategia. Con la panadería intransitable de tramperas y frascos de raticida vacíos, harto de que los nuevos visitantes devoraran incluso las bolsas de harina que guardaba en el depósito, el flautista decidió que ya era suficiente. Quiso gritar de indignación, pero sólo pudo articular las tres notas de costumbre, con tanta mala suerte para nuestra especie, que al soltarlas le pegó con el codo a un frasco que había sobre la mesa y el contenido se desparramó sobre el cuerpo de los ratones presentes. Sí, era exactamente eso lo que había adentro del envase. Como ningún humano debe saber y todo roedor sabe bien, es absolutamente nocivo para nosotros. Apenas nos roza sufrimos una terrible alergia, empezamos a estornudar en medio de una insoportable picazón y nos es imposible evitar el inmediato contagio. El mal se expande en cuestión de segundos, y sólo podemos calmarlo con agua. Esa es la razón por la que todos los ratones de Hamelin terminaron en el río. Pero no es cierto que hayan muerto ahogados. Curados de la picazón y ante los festejos del casamiento interrumpidos, simplemente nadaron hasta la otra orilla y regresaron a sus hogares.
.
De todas formas, en Hamelin se corrió la voz de que la solución había salido de la panadería. Y con el paso del tiempo la gente se fue olvidando de que el flautista tenía menos oído musical que el gato Herminio después del episodio de la tapia. A los humanos les encantan los mitos, y parece ser que los griegos contaban uno acerca de Orfeo, un músico capaz de hacerse seguir hasta por piedras y árboles gracias a su talento. Lógicamente, no tardaron mucho en mezclar las dos historias. Y como a los humanos también les encanta que los cuentos sean adecuados y permitan a sus hijos aprender cosas buenas, casi inmediatamente agregaron el mal ejemplo del alcalde que se desdijo de su promesa.
.
En cuanto a nosotros, de más está decir que el malentendido del flautista nos vino bárbaro, porque mientras adultos y niños se concentren en la moraleja, seguirán ignorando que el contenido de esos frascos –nada mágicos y jamás ausentes en ninguna cocina– puede aniquilarnos.

No hay comentarios:

dijo W. BENJAMIN sobre las traducciones

"Así como el tono y la significación de las grandes obras literarias se modifican por completo con el paso de los siglos, también evoluciona la lengua materna del traductor. Es más: mientras la palabra del escritor sobrevive en el idioma de éste, la mejor traducción está destinada a diluirse una y otra vez en el desarrollo de su propia lengua y a perecer como consecuencia de esta evolución."

de Walter Benjamin, "La tarea del traductor", en Angelus Novus, trad. de H. A. Murena, Barcelona, Edhasa, 1971, pp. 127-143.


dijo BORGES sobre las traducciones

¿A qué pasar de un idioma a otro? Es sabido que el Martín Fierro empieza con estas rituales palabras: "Aquí me pongo a cantar - al compás de la vigüela." Traduzcamos con prolija literalidad: "En el mismo lugar donde me encuentro, estoy empezando a cantar con guitarra", y con altisonante perífrasis: "Aquí, en la fraternidad de mi guitarra, empiezo a cantar", y armemos luego una documentada polémica para averiguar cuál de las dos versiones es peor. La primera, ¡tan ridícula y cachacienta!, es casi literal.

Jorge Luis Borges, La Prensa, Buenos Aires, 1 de agosto de 1926.