datos de las manos que teclean

Carta a un purista (de Sylvia Plath)

(versión libre, en español por Gabriela Marrón)
Ese gigantesco coloso

que permanecía sobre ambos pies
frente a los envidiosos ataques del mar
(intentando, ola tras ola,
marea tras marea,
perpetuamente erosionarlo),
no es muy distinto a vos,
mi amor,
mi grandísimo idiota,
que, con un pie atrapado
(por así decirlo)
en la ordinaria cárcel
de piel y de huesos,
vacilás con el otro
en el absurdo territorio
de la delirante Ciudad de las Nubes y los Cucos,
embobado por esa luna impecable.


Letter to a Purist

That grandiose colossus who
Stood astride
The envious assaults of sea
(Essaying, wave by wave,
Tide by tide,
To undo him, perpetually),
Has nothing on you,
O my love,
O my great idiot, who
With one foot
Caught (as it were) in the muck-trap
Of skin and bone,
Dithers with the other way out
In preposterous provinces of the madcap
Cloud-cuckoo,
Agawp at the impeccable moon.

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dijo W. BENJAMIN sobre las traducciones

"Así como el tono y la significación de las grandes obras literarias se modifican por completo con el paso de los siglos, también evoluciona la lengua materna del traductor. Es más: mientras la palabra del escritor sobrevive en el idioma de éste, la mejor traducción está destinada a diluirse una y otra vez en el desarrollo de su propia lengua y a perecer como consecuencia de esta evolución."

de Walter Benjamin, "La tarea del traductor", en Angelus Novus, trad. de H. A. Murena, Barcelona, Edhasa, 1971, pp. 127-143.


dijo BORGES sobre las traducciones

¿A qué pasar de un idioma a otro? Es sabido que el Martín Fierro empieza con estas rituales palabras: "Aquí me pongo a cantar - al compás de la vigüela." Traduzcamos con prolija literalidad: "En el mismo lugar donde me encuentro, estoy empezando a cantar con guitarra", y con altisonante perífrasis: "Aquí, en la fraternidad de mi guitarra, empiezo a cantar", y armemos luego una documentada polémica para averiguar cuál de las dos versiones es peor. La primera, ¡tan ridícula y cachacienta!, es casi literal.

Jorge Luis Borges, La Prensa, Buenos Aires, 1 de agosto de 1926.